No cayeron tumbadas por las balas, 
 se inclinaron tan sólo hasta la tierra.   
 
 Madres adolescentes, centenarias abuelas, 
 toscas mujeres, madres suaves, 
 piedra humana doliente, 
 leve corteza 
 germinal. 
 
 Madres de estibadores, 
 rugosas campesinas, 
 chamuscadas obreras, 
 demacrada legión con el rayo en los hombros 
 y la noche en las trenzas; 
 madres de embarcadizos 
 con ojos desgastados por los puertos 
 distantes, 
 chiperas estrujadas como el maíz, 
 lavanderas como agua de arroyo, 
 tejedoras que tejen con el hilo nocturno 
 de su entraña, 
 burreras matinales, 
 pastorales mujeres, 
 esposas, hijas, novias populares, 
 y también hijas sin padres, 
 madres sin hijos… 
 
 En todas, pero en todas, 
 la patria amanecía con profundas ojeras. 
 
 Su vientre, 
 pan de tierra, su vientre taladrado 
 por el dolor y el hambre; 
 su vientre, abeja valerosa, 
 hizo el panal, la vida, su miel 
 amarga y áspera, 
 a la luz de una vela de sebo, 
 en pobre catre, 
 mirando un techo de hojas, 
 la noche, el cielo triste 
 del amor y la muerte. 
 
 No caísteis tumbadas por las balas, 
 acercasteis tan sólo hasta la tierra
 vuestros ojos intensos
 para alumbrar la noche de los mártires,
 su corazón dormido vuestros brazos
 en su cuna natal.
Augusto Roa Bastos
          Oleo sobre tela,  Beatriz Holden

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